Pf, recuperar un sueño de adolescente… Cuando era un poco más joven elegí la pasión antes que la practicidad para todo; y las consecuencias fueron nefastas (en todos los sentidos). Ahora tengo un título y medio (estoy en eso de terminar un master), alguna que otra experiencia laboral precaria, unos pocos euros ahorrados listos para ser invertidos en una propiedad carísima y minúscula, muchas horas de tiempo consumido por el estrés, un par de historias que ametrallaron mi lado sensible, y un puñado de playlists de Spotify tristes que no te recomendaría a no ser que fuera un día de esos de gotitas de lluvia golpeando en la ventana y olor a petricor.
En esas, con los sueños por las nubes y mucha energía para hacer todas las cosas del mundo a la vez, dije: “bueno, por qué no, voy a abrirme un blog para compartir con el mundo lo que aprendo en la carrera”. Corría el año que lo paralizó todo, aunque unos meses antes, cuando empecé periodismo. Lo compaginaba con trabajillos varios para pagarme mis cosas y aprovechaba para despachar las tareas en las tres horas de transporte público que hacía diariamente. De ese par de euros que acumulaba para pagarme las copas en el pueblo o tres días de vacaciones en Málaga con mis amigos, sacaba un pellizco minúsculo para invertir en mi jovencísimo porfolio, compuesto por aquel entonces de artículos hechos en la universidad o por mi cuenta y riesgo.
Hasta ese momento había compartido alguna cosa con amigos y familiares de manera puntual. Hartos de que les diera el tostón solo a ellos, me animaron a compartirlo con el resto del mundo, y desde ese momento aquel blog empezaron a seguirlo mis amigos y familiares, y un par o tres de conocidos de refilón. Hasta ahí. Tampoco es que yo tuviera ganas de compartir una parte tan íntima de mi mundo con el resto del mundo; me frenaba la crítica, el síndrome de la impostora (contra el que sigo luchando), y prefería que pasara desapercibido, como un hobbie sin importancia, como quien hace magdalenas en su tiempo libre para comerse dos y tirar el resto a la basura.
Total, que llegué a cuarto de carrera como aquel que se da de bruces con la realidad. Sobrepasada de trabajo, con expectativas cada vez más bajas y con un estrés que no podía más, súper. Ahora lo escribo todo con un poco de coña, y esto no es tan típico de mi estilo, pero mis traumas son mis chistes, y la moñería no da de comer. Dediqué ese par de euros tontos con los que pagaba aquel porfolio a otras cosas y decidí dejarlo ir, que se muriera poco a poco entre los avisos paulatinos de este santo alojamiento que llegaban a mi correo y me advertían de que si no pagaba, chao. Y como a mí ninguna tecnología me dice lo que tengo que hacer, dejé que se muriera.
Track 2: “He vuelto, zor**s
Que nadie se alarme (esto va por mis padres, que leen todo lo que hago) si no pertenece a la generación Z y no reconoce en estas palabras obscenas una de las frases más icónicas para los cada vez menos jóvenes; teclead Bad Gyal, que es una mujer a la que hasta la misma reina Letizia ha admirado públicamente, y ya me agradecéis luego esta píldora gratis de cultura pop.
Tengo 23 años y estoy cada día más cerca de casarme a la edad a la que lo hicieron mis padres. Lo más cerca que voy a estar de tener un hijo o de pasar por el altar, por el momento, es esto, recuperar ese algo viejo de una yo más ingenua (prefiero llamarlo soñadora), igual de ambiciosa, con menos trabajillos temporales (he descubierto lo necesaria que es media hora de siesta para sacarle más partido al día y que de poco valen cincuenta euros más al mes si no tengo tiempo ni para atarme los cordones).
La Charquita fue su nombre inicial y será su nombre actual. Si me preguntas el porqué, he de decirte que nunca compartí los verdaderos motivos con nadie, a no ser que fuera una pareja estable que pudiera llevárselo hasta la tumba o estuviéramos pasadas de cervezas y por casualidad ha salido el tema de las pasiones más profundas y entonces he estado hablando sin parar durante dos horas. Si me lo quedo para mí, esto sigue perteneciéndome a mí.
Track 3: esto es lo más cerca que estaré de casarme (clickbait)
Estoy convencida que a cada año que pasa mis amigos me leen menos. No he dejado de escribir, a pesar de dos años en los que apenas he publicado un par o tres de textos o reportajes. Cuando creces (y esto lo he entendido tras un lapso de un año viviendo en otra ciudad) tienes menos tiempo para tus amigos y, por ende, para los proyectitos incompletos de tu amiga intensa.
Si me leen, ninguno lo habrá hecho sido hasta aquí. Da la casualidad de que aquellos que más me leyeron ya no lo hacen, y si leyeron hasta el final seguramente me sigan conociendo más de lo que yo misma me desconozco. Al resto, pues eso, tampoco les ha encantado leer por hobbie, y menos cuando podía contarles las mismas anécdotas con una Estrella en la mesa después de estudiar los exámenes finales en la biblioteca del pueblo.
Ojo, eso sí, si algún día escribo ese libro que tantas veces les he prometido, lo harán encantados. El título es suyo y la historia tan interesante que estoy segura de que llegarían al tercer capítulo. Pero eso es un algo nuevo para el que todavía me quedan muchos compromisos con las decenas de ideas que llenan mi agenda y que nunca me parecen suficientemente buenas.
Tomemos este algo viejo como el sueño de mi yo de dieciocho e intentemos darle constancia para vencer a ese impostor que duerme conmigo y sabotea mis ideas. Este será mi pequeño cajón de sastre para escribir cosas intensas en primera persona del singular, cartas sin remitente, artículos de tema social o algún tostonazo sobre música.
Bienvenidas.
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