Este texto lo he recuperado scrolleando en mi perfil de Instagram. Resulta que hubo un tiempo en el que compartía de manera mucho más abierta algunos bocetos de cosas que apuntaba en las notas del móvil o el cuaderno que solía llevar a todas partes. La mayoría los terminé archivando por vergüenza, pero este sobrevivió en el pie de foto de una recopilación de un viaje al pueblo. Me sorprendí tanto a mí misma (no suelo releer lo que escribo y mucho menos lo corrijo) que decidí darle una oportunidad y maquillar un par de párrafos para hacerlo mío de nuevo.
Estos días felices los recordaré con la nostalgia propia de los días que no volverán. Serán los mismos lugares los que habitaré, con los mismos olores y las mismas melodías, pero yo no volveré a ser la misma. Volveré a los rincones que rebosaban su presencia sin ni siquiera haber estado presente para adivinar otros rostros entre los dibujos tejidos al aire.
No volverán estos días felices y yo vaciaré los cajones de aquellas cartas a medio escribir. Nunca más las flores que encerré entre las páginas de mi libro preferido, del que te leía fragmentos sueltos cuando el tiempo era de dos, recuperarán su aroma. Pero las flores que encontraste en mi camino no volverán a albergar la vida que les diste, ni yo fabricaré palabras de papel para colarlas por tu ventana.
Si pudiera saltar a otro cuerpo, si tuviésemos esa capacidad, quizás sí tendría un sitio en tu lecho y no tendríamos que buscar a la luna para encontrarnos. El precio a pagar sería tan alto que ya no existiría esta huida. Tendría que renunciar a los susurros del árbol cuyas ramas reposan sobre mi ventana, o a los quejidos del gallo que anuncia el inicio de una vida sin prisa. Esta vida en otro cuerpo no sería posible, y supongo que sus besos no sabrían igual que los que renegaban ante el ruido si no tuviera la posibilidad de huir de ellos. Si permanezco aquí mi cuerpo seguirá siendo el mismo, pero mi amor nunca sonará más allá de las notas de esta ciudad que silenciábamos cuando la noche era pesada y el ruido de una máquina menguaba la distancia entre la verdad y la culpa.
A la hora de nuestro encuentro, que siempre era la misma, se callaba el frenetismo de sirenas, cláxones y martillos. La noche solo nos daba tregua para habitar el silencio y decirnos que en realidad mi verdad y su culpa eran lo mismo, que bailaban solo cuando el sol moría y que pensaban no conocerse cuando nacía de nuevo.
Un día se marchó con el sol del primer día de verano y yo me convertí en otro estribillo descrito en cada una de las estrellas que alberga el silencio; la melodía de las cosas que ya no volverán y que se marcharon con los días felices en los que esta ciudad era de dos.
Estos días felices los recordaré con la nostalgia propia de las noches que no volverán y sobre las que llueven recuerdos de soledad y silencio.
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