Una entrevista a mi abuelo, Mariano: “Yo fui el clásico paleto que entró en Madrid, pero Madrid no entró en mí”
Este artículo no es reciente, no salió en ninguna parte más allá del apartado de entregas del Aula Global de la Universidad, ni tiene ningún tipo de percha informativa, pero ayer me gradué y pensé mucho en la primera persona que me animó a estudiar periodismo sin saberlo, mi abuelo. Traer esta entrevista de vuelta es mi manera de recordar, agradecer y hacer presente.
Abuelo, ayer me gradué en el mismo lugar que hace dos años, bajo los mismos árboles a los que en aquel momento no di importancia. Era un día soleado y tú asistías al acto desde la comodidad de tu sofá, en directo, porque siempre te gustó estar a la última y abrazar la tecnología, a pesar de que llegara a tu vida cuando ya estabas jubilado. Ayer pensé en ti, como hago cada vez que limpio una estantería y encuentro algún libro robado de tu biblioteca, cuando empiezo un nuevo trabajo y recuerdo que tú me decías: “algún día podré verte ahí”.
Ayer llovió y no estabas. La ceremonia terminó antes de lo esperado, por suerte las florituras institucionales quedaron fuera del programa cuando el cielo anunció tormenta y los graduados, bien peinados y bien vestidos, acudieron en masa a buscar cobijo bajo los pasillos techados. ¿A qué olía bajo los árboles en los que mi familia me entregó un ramo de esos que tanto le siguen gustando a la abuela? ¿Qué eran esas florecillas que parecían dispuestas adrede y que mi compañero me fue quitando del pelo? ¿A qué huelen las acacias? Me pregunté aquel día que fui a verte y estuvimos conversando como siempre, esta vez con una grabadora y muchas preguntas que nunca antes te había hecho. Ayer aprendí a qué huelen las acacias. Fue lo primero que me dijo mi padre al subir al coche, salir del aparcamiento y alejarme de estos árboles que te hicieron presente una vez más.
Sonrío releyendo esta entrevista. No la he vuelto a ojear desde que la edité por última vez. Recuerdo cómo respondías sentado desde tu sillón, en el que los nietos jugábamos a sentarnos con cierta rebeldía cada vez que te levantabas a servir el aperitivo o buscar billetes para dárnoslos aprovechando la confusión de la despedida para que nuestros padres no se dieran cuenta. Me contaste que estabas leyendo ‘El Infinito en un Junco’ y sonrío al comprobar que es el libro que espera en mi mesilla para ser leído desde hace dos meses. Leo que has tenido una vida placentera y me pregunto de qué estaba hecha tu generación, que nació durante una Guerra Civil, vivió sus primeros años durante una Dictadura, y los últimos en una Pandemia Mundial. Pienso en la enfermedad, en el paso del tiempo y en que parece que fue ayer cuando me pregunté por primera vez cómo olían aquellos años de hambre y pobreza.
Si quieres echarle un vistazo a la versión “arrevistada” de esta entrevista, la tienes disponible aquí
Mariano Montenegro es, según sus propias palabras, un hombre castellano, más de campo que las amapolas. Nació y vivió durante su infancia en Sahagún de Campos (León) hasta que tuvo que tomar la decisión de morir de hambre o emigrar a Madrid. Las canas propias de una persona entrada en sus 84 años no dejan rastro del cabello moreno que lució durante su juventud, aunque sus ojos siguen brillando como los de un niño cuando habla de sus primeros años en su pueblo. Mariano entró en Madrid a los 21, pero Madrid nunca llegó a entrar en él.
Al abrirme las puertas de su casa, me recibió con una sonrisa y el procedimental choque de codos. Aterrizados en el salón, ocupó su sitio en su sillón personal en frente del televisor. Leo un leve nerviosismo en su rostro cuando saco la grabadora y sus manos se mueven para encontrar un lugar cómodo en la manta.
PREGUNTA: Nacer en la posguerra y vivir una pandemia mundial. ¿Qué es lo que más se echa en falta ante la adversidad?
RESPUESTA: Nací en plena guerra y había tiros y balas por todos lados. Después de la posguerra lo que echo de menos son las vivencias de mi juventud y mi adolescencia. Yo era feliz yendo a cazar grillos, a buscar nidos, a pescar cangrejos, pescar peces en el río… era otro mundo. Me pasaba las horas corriendo con un aro por las sendas de los sotos y las arboledas.
P: ¿Cómo era Sahagún?
R: Era el típico pueblo de Castilla de la España profunda, agrícola, con pocos recursos, pero cargado de historia hasta arriba. En Sahagún está enterrado Alfonso VI de Castilla, que reconquistó Toledo y, según la historia, por culpa de él existe Portugal como nación.
P: ¿Cómo se vivió la guerra allí?
R: En el pueblo ni hubo frente ni nada; lo que sí había eran sacas. Llegaba uno y denunciaba a otro por haber votado a la República y le daban el paseo. Acababa tirado en la cuneta con un tiro en la cabeza.
P: Un olor que te venga a la cabeza de esa primera etapa de tu vida.
R: Un olor muy característico: la flor de las acacias, lo que se llamaba el pan y quesillo. En la carretera había muchas y cuando florecía se ponían blancas. Incluso aquí hay dos o tres acacias que llaman de… que tiene en vez de la flor blanca la flor morada. Allí las llamábamos zapatitos porque la flor tiene como forma de zapato. No me sale el nombre, cuando me salga te lo digo.
P: ¿A qué huelen las acacias?
R: Cuando veas una acacia florecida, coge un racimito y “huélele”. Tiene un olor muy dulzón, muy suave, muy agradable. Nosotros nos los comíamos.
P: Tu infancia no debió de ser muy similar a la de tus hijos.
R: Para nada. Lo de mis hijos era el cielo comparado con el infierno. A mí y mi mujer nos ha tocado pasar la carencia absoluta de todo; hasta de libertad para poder hablar.
He sido un sacrificao’ toda la vida. Si volviera a nacer y siguiera por el
mismo camino, cambiaría todo mucho.
P: ¿No poder hablar era para ti lo peor de la guerra?
R: No, a nosotros los niños los padres nos decían: “lo que se hable en casa no se habla en ningún lao´”. Lo peor era la carencia de comida, de ropa… me tocó estar un invierno casi sin salir de casa porque no tenía zapatillas ni zapatos para ponerme en condiciones. Como llovía mucho y hacía mucho frío yo tenía unos zapatos de verano y con eso no podíamos salir a la calle porque había hielo, nieve, barro, agua… y encerrado en casa. Aunque los juguetes me los hacía yo.
P: ¿Con qué te los hacías?
R: Pues con carretes de hilo vacío, de esos de madera. “Les” hacía a modo de tanque con unas gomas. En el verano, cuando hacía buen tiempo y se podía salir a jugar a la calle, con una lata de sardinas vacía hacía un agujero, pasaba el hilo y ya tenía un carrito. Y el aro: una yanta de una bicicleta o el culo de un caldero con una manija y por ahí guiándole.
P: ¿Piensas que nuestra generación ha perdido la capacidad de valorar que vosotros teníais?
R: Es que como no habéis tenido esa carencia, no podéis establecer una diferencia. No hay parangón entre una cosa y la otra. Aquella es una historia pasada, afortunadamente, muy triste. Es como pasar de la oscuridad a la luz. Vivíamos en una dictadura cruel, represiva… no había nada de nada. Y llegabas a la escuela el lunes y el maestro preguntaba por las misas, y tenías que decir quién la había dicho. Aunque no íbamos a misa, ya nos lo sabíamos. En el mes de mayo había que llevar flores a María porque era el mes de las flores.
P: ¿Hasta qué edad fuiste a la escuela?ç
R: Hasta los diez años. A los diez años tuve que irme a trabajar a un tejar a sacar tejas calientes de un horno con un pañuelo para no tragar ceniza, igual que los bandoleros, que se te quemaban hasta las manos porque aún todo estaba caliente. A trabajar para poder comer en casa.
De repente, su rostro se iluminó al recordar el nombre de la flor que llevaba intentando recordar desde el principio de la conversación.
R: ¡Acacia de Alejandría!
Después de una búsqueda en Google intentado encontrar la apariencia de la flor, retoma la pregunta sobre los aromas de su infancia.
R: El olor de los pinos era muy característico también, aunque por allí no había muchos. Una cosa que me gustaba mucho era en el mes de mayo, junio: salías al campo y oías miles y miles de grillos cantando con un rumor y un sonido agradable. Ya no, ya no. Aquí en Villalba hace años que no escucho cantar a un grillo. He sido un sacrificao’ toda la vida. Si volviera a nacer y siguiera por el mismo camino, cambiaría todo mucho.
P: ¿Por qué tomaste la decisión de irte del pueblo?
R: Porque no había más remedio, no había ni con qué encender, no había trabajo. Allí la gente se moría de hambre. Fue una generación perdida. Los que no vivimos a Madrid se fueron a Barcelona, y los que no, a País Vasco y Asturias.
P: ¿A qué edad te fuiste?
R: A los 21, pero a la Mili no fui porque me quedé como cabeza de familia. Mi hermano mayor se tuvo que casar y mi padre estaba imposibilitado para el trabajo. Ganaba perras en los soportales y era todo para mi madre. Compraba patatas y arroz. He sido un sacrificao’ toda la vida. Si volviera a nacer y siguiera por el mismo camino, cambiaría todo mucho.
P: ¿Seguiste mandando dinero?
R: Todas las semanas. Yo ganaba 300 pesetas a la semana y todas las semanas, cuando cobraba el sábado, lo primero que hacía era ir al palacio de comunicaciones en Cibeles y mandar 150 pesetas a mis padres por giro telegráfico, que lo recibían en el día. Si no hubiera sido por eso, hubieran terminado en el asilo. 150 pesetas por entonces para dos mayores y una niña no estaba para tirar cohetes, pero estaba bien.
P: ¿Por qué clase de trabajos se pasan antes de llegar al definitivo?
R: Por todos, hasta de peón de albañil. A mí me tocó tirar de pico y pala en las escuelas nuevas aquellas que hicieron. En el campo he trabajado arrancando lentejas… de todo. Luego empecé allí en la imprenta.
P: ¿En qué año?
R: En el 56, 57. Y antes; yo con 14 años empecé repartiendo periódicos del ABC. Tenían una corresponsalía en la imprenta. Empecé allí y luego aprendí en el taller y con lo poco que sabía me vine a Madrid.
“Aunque no les toque, los libros siguen siendo mis amigos
P: ¿Cuánto tiempo estuviste trabajando en Madrid?
R: Vine a una empresa de esas en las que se dedicaban a forrar tubos y cosas de esas. Dos o tres meses pegando plazules de corcho con alquitrán. Luego me salió el trabajo en la imprenta porque había un periódico que se llamaba Mundo Cooperativo que era sobre las cooperativas de España y lo llevaba uno que trabajaba en el Diario de Madrid, Julio De Urrutia, un periodista. Él era el que llevaba a la imprenta, Ibarra, el periódico, que se imprimía allí. Por mediación de ese hombre y de mi cuñado me colocó allí, hasta que me salí, que estuve 14 años. De allí me marché a una fotomecánica, Folies, y de allí a gráficas Santa Marta y allí ya fue. Solo he pasado por tres o cuatro empresas en toda mi vida.
P: Y allí te jubilaste.
R: Y allí me jubilé 20 meses antes de los 65. Y ahora vivimos de la jubilación, que no es mucho pero tampoco es poco. Yo no debo ningún real a nadie, tampoco me lo deben. Lo que sí me deben es lo que me va a tocar en la primitiva esta noche.
La conversación torna hacia aquellas cosas que haría si le tocara la lotería esa misma noche, como, por ejemplo, comprarse una casa nueva en la sierra o en Sahagún de Campos.
P: ¿Volverías a vivir en el centro?
R: Para nada. Yo soy más del campo que las amapolas. Me gustan los espacios abiertos. Una cosa que me encantan son los atardeceres del pueblo de mi mujer. Cuando el cielo se pone rojo y se oculta el sol. Me quedo extasiado. Ver un tractor por un camino me relaja de tal manera… Otra de las cosas en las que siempre me he fijado es cuando hace calor en el mes de agosto, cuando por la tarde ya refresca, estar pescando a la orilla del río, que es donde más tiempo he perdido en mi vida. Cuando está el sol a punto de meterse, las hojas de los chopos empiezan a moverse con la brisa y la brisa indica que ya es hora de recogerse.
P: En un momento en el que la lectura en papel se está perdiendo cada día más, ¿tú sigues comprando el periódico?
R: Solamente algún finde que otro. Si quiero mirar algo que me interesa lo miro en el móvil.
P: ¿Aun así, sustituirías la lectura en papel por la lectura digital?
R: Para nada. Para mí un libro es sagrado.
P: Y el olor de un libro…
R: Me encanta. Yo un libro no le tiro nunca. Es amar a los libros. Un libro no se debe de tirar nunca, es el recuerdo de la humanidad al idioma que sea y al nivel que sea. La historia de la humanidad está en los libros; si no hubiera sido por ellos no hubiéramos llegado ninguna parte. La gente no vive eternamente. Aunque no les toque, los libros siguen siendo mis amigos.
“Yo fui el clásico paleto que entró en Madrid, pero Madrid no entró en mí”
P: ¿Cuál es tu libro favorito?
R: Los de historia. Tengo uno que se titula La Nación Inventada, que está escrito por uno que sale en Antena 3, entre el padre y el hijo, ambos de Burgos… El padre es Arsenio Escolar y el hijo Ignacio Escolar. De ese libro se deduce que en España hemos estado a ostias toda la vida.
P: ¿Qué estás leyendo ahora?
R: ‘El Infinito en un Junco’. Es sobre la historia de los libros, aunque llevo varios libros a la vez. Estoy leyendo también Línea de Fuego, de Arturo Pérez-Reverte.
P: ¿Cómo conociste a tu mujer?
(Le mira sonriendo y le pregunta). -¿Se lo cuento?-
-Ella asiente con la cabeza, después de bromear diciendo que no se acordaba de cómo sucedió.
R: Pues ella fue a servir a una confitería y era una de las chicas de servicio. Te advierto una cosa: para ligársela había ostias; todos querían ligar con ella, era un bombón. Tenía una compañera que era quinta mía, trabajaban en la misma casa e iban juntas al baile. Había un chico de nuestra panda, el Manolo. Al Manolo le gustaba ella, pero como a ella no le gustaba mucho bailar con él, bailaba conmigo. Al final, ellos no llegaron a nada y nosotros hasta ahora.
P: ¿A qué edad os casasteis?
R: Yo con 25 y ella con 24. Nos llevamos un año, un mes y seis días. Yo vine a Madrid soltero y ella vino a la pesca, a trincarme. Levamos casi setenta años, desde el año 70.
P: ¿Destino?
R: Estaba escrito.
P: ¿Y después?
R: Estuvimos viviendo con derecho a cocina, que era como se vivía en aquel entonces. Entonces no había ni un real. Te alquilaban una habitación con derecho a una cocina para que pudieras hacerte la comida.
P: Si te tuvieras que quedar con una de las cosas que ocurrieron en tu vida, ¿qué elegirías?
R: Haberos conocido a todos.
P: ¿Hay algo que te quede pendiente de hacer antes de morir?
R: Pocas cosas. Dentro de mi modestia he tenido una vida placentera.